Basada de la carta del Santo Padre Juan Pablo II a los artistas (1999)

“Dios vio cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gn 1, 31)

¿Cuántas veces nosotros, los músicos, quedamos en paz, satisfechos y gustosos luego de escuchar nuestra nueva composición (o la de otros), o de arreglar alguna canción o simplemente cantar alguna de nuestras músicas favoritas?

Si has tenido esa experiencia de contemplar alguna creación, ¿te imaginas cuán feliz habrá quedado nuestro Dios al contemplar la naturaleza, o más aún, al hombre, lo más precioso ante sus ojos? ¿cuán feliz quedará Dios cuando le cantamos o componemos para Él?

Cuando contemplamos la naturaleza contemplamos al mismo Dios: su grandeza, belleza, delicadeza y amor que nos tiene al regalarnos su creación. De igual manera, cuando contemplamos una obra de arte de tal o cual pintor, nos damos cuenta de su personalidad, de su estado de ánimo, del mensaje que el artista quería expresar. Por lo tanto, cuando cantamos, damos a conocer lo que está más dentro de nosotros. Si nuestro corazón está lleno de Dios, mostraremos a Dios, de lo contrario, nos mostraremos a nosotros mismos.

Dios es el creador y nosotros los artistas, creados a su imagen y semejanza (Gn 1, 27) quienes participamos en la tarea que Él nos encomendó: dominar la tierra y sed fecundos, es decir, ser co-creadores (Gn 1,28).

Cantemos al Señor un cántico nuevo (Sal 33, 3). Cantémosle con un nuevo corazón y así lo daremos a conocer, pues somos artistas, imagen del Dios creador, obra admirable de sus manos. 

Daniel Galaz

Leave a Reply

Your email address will not be published.