La Inmaculada Concepción de la Virgen María nos habla de su elección desde el momento de su concepción. Desde antes que cualquiera supiera que existía, Dios ya la había amado y llamado a una gran misión.
Así también pasa con cada uno de nosotros, que desde el momento de que nos formábamos en el vientre de nuestra madre, ya estábamos llamados a grandes cosas (Jer 1, 5), pero al igual que como sucedió con María, Dios necesita nuestro sí para obrar maravillas en nuestra vida.
Sin el sí de María no hubiese sido posible el nacimiento de nuestro Salvador y sin nuestro sí a Dios, no es posible que las maravillas que Dios pensó en nosotros, desde nuestra concepción, se pueden realizar.
Así que no es coincidencia que la celebración de la Inmaculada Concepción este dentro del tiempo de adviento, tiempo de espera, espera que no tendrá frutos, si no decimos Sí a Dios, Sí a que realice maravillas en nosotros, en nuestra vida, en nuestra familia, así como lo hizo con María.