Me recuerdo que cuando era pequeño y hacía alguna travesura, mi mamá me preguntaba lo que estaba haciendo y siempre le respondía que “nada”…y ella me decía: “mírame a los ojos y dime qué estás haciendo”…aveces le ocultaba mis travesuras, o le inventaba alguna mentirilla para escaparme de algún reto, pero nunca conseguía ocultarle la verdad, pues ante su “mírame a los ojos” yo la miraba y mis ojos ya me delataban.
Dicen que los ojos son la puerta del alma. Muchas veces, a través de ellos podemos percibir cómo se encuentra una persona, si está alegre o si está triste, animada o cansada, si dice la verdad o si está mintiendo.
Si con mis palabras digo que estoy feliz, pero mi rostro y mi mirada demuestran todo lo contrario, le creerán más a mi cuerpo que a mis palabras. O cuando dos personas que se aman, ¿acaso no basta una mirada para decirse todo el amor que se tienen?. Si eso acontece con nosotros, imagínate cómo Jesús nos expresa todo su amor con su mirada. Basta recordar el pasaje en el cual Jesús fijó su mirada en el joven rico y le amó (Mc 10, 21). Jesús tiene fija la mirada en ti y en mí, no es una mirada de desconfianza, ni una mirada que condena, es una mirada misericordiosa que acoje, reconforta, ama y toca lo más profundo de nuestro ser, aún sondeando y conociendo todo lo que somos.
San Pablo nos dice en Hb 12, 1-2 “(…) corramos con constancia la carrera que se nos propone, fijos los ojos en Jesús (…)”
Así como Jesús nos conoce con su mirada y Él tiene fijo sus ojos en cada uno de nosotros, nosotros también estamos llamados a fijar los ojos en Él. Creo que no hay mejor momento que la Adoración para contemplar a Cristo, donde concretamente podemos tener la experiencia de fijar nuestra mirada en Él. En la adoración, no tenemos miedo a mostrarnos ante Él tal cual somos, con todos nuestros dones y talentos, pero también con toda nuestra pobreza y miserias.
Sea cual sea el camino que Dios te ha propuesto, ya sea formar y sustentar una familia, tener una profesión, ser llamado a una vida consagrada o si aún no has definido tu vida, mantén “Fijos tus ojos en Jesús”. Así también frente a las dificultades, tribulaciones, tentaciones, desánimos, falta de novedad en las cosas de Dios, ¡fija tu mirada en Dios! Si quieres ir por otro camino que no es el propuesto por Dios, si volviste al mundo, si sientes que eres esclavo de algún vicio o pecado, ¡vuelve a fijar los ojos en Jesús!
No desviemos ni por un segundo nuestra mirada de Jesús, Él es la luz que ilumina nuestros pasos de esta carrera propuesta por Dios. Si caminamos en la oscuridad, entraremos en la inseguridad y nos inundará el miedo, y sin duda, tropezaremos o caeremos con algún obstáculo.
Como decía nuestro querido Papa Juan Pablo II, ¡no tengáis miedo de mirarlo a Él! Me gustaría dejarles un video de él hablando sobre esto, en su visita a Chile y en el Encuentro con los Jóvenes en el Estadio Nacional, en 1987.
Dios te bendice!
Daniel Galaz