Basta encender la TV o ver alguna película para darse cuenta de que solo los ‘rostros y cuerpos lindos’ tienen cabida dentro de la pantalla. También, los grandes intelectuales, con muchos títulos encima, son aquellos que toman los mejores lugares en alguna empresa o en los gobiernos.

Muy pocos consideran a quienes no tiene experiencia ni, aunque parezca contradictorio, a los más ancianos, pues ellos ya no sirven a la sociedad.

Muchas veces, en nuestra Iglesia y grupos de oración, aquellos que cantan, predican o evangelizan son considerados como ‘tocados’ por Dios. Y nos viene un sentimiento de que solo quienes tienen dones y carismas ‘más visibles’ son los ‘elegidos’, o ‘necesariamente’ llamados a alguna vocación consagrada en la Iglesia.

Pero los criterios de Dios no son los mismos criterios que los hombres.

“Él nos llama a cada uno por lo que somos, no por lo que hacemos o podamos llegar a hacer”

Si el Señor nos ha llamado a su Iglesia, o a ser servidor, o a una posible vocación, no es por nuestro intelecto, o virtudes. No es porque cantas o predicas bien. Es simplemente por su amor y misericordia que Él ha fijado sus ojos en nosotros. Siendo indignos de su llamado, Él nos dignifica, nos llama “sus hijos”.

No es porque realizamos cosas que Él llamó, sino por que Él se decidió a amarnos y escogernos.

Moisés, es llamado a liberar el pueblo de Egipto pese a ser tartamudo. Samuel, siendo niño, es llamado por Dios. David, siendo el más joven, fue escogido entre sus hermanos. La Iglesia, pudiendo escoger a algún santo como como patrón de los sacerdotes, por ejemplo, a San Agustín, escogió al Santo Cura de Ars, no por ser un gran intelectual, sino por su corazón. Él, incluso, fue ordenado sacerdote porque sabía rezar el rosario.

Esto no quiere decir que la Iglesia debe ser una asamblea de ignorantes. Necesitamos profesionales, pero no es eso lo que nos hace ‘escogibles por Dios’, sino, su infinita misericordia.

Seamos una Iglesia según el corazón de Dios, que no se presenta ante Él por sus títulos, sino por la “Teología del Arrodillarse”, una Iglesia que se reconoce pequeña y que postra su corazón delante de Dios.

Aquí les comparto el testimonio de un sacerdote mientras era seminarista…

“(…) La pasión vino enseguida, vino el sueño obsesivo, la carne ya sin sueños, el estrujarse los ojos con los puños, la tentacion retórica, los deseos más o menos brutales y la hombría. El asquearse de todo, la tristeza, el cerrarse del alma, el entender la vida con un sentido trágico, el hacerse la iglesia la tortura mayor, el comulgar sin que supiese nada. El pensar que pesaba la sotana, decirse muchas veces: ‘Esto se viene abajo’.

No sé si esto les pasaba a mis compañeros. Quizá todos vivieron lo mismo antes o después, porque en el fondo la vida es igual para todos, y quien ha vivido una vida hasta el fondo puede decir que las ha vivido todas. Sí, hemos sentido casi todo lo que vosotros habéis sentido, porque no son las calles lo que hacen la vida sino la propia alma. Y en nosotros todo esto ha sido quizá más doloroso que en el resto del mundo porque ha ido siempre cruzado con ese otro mundo de ideal, de espera de cosas tan enormes. La tentación es dura, sí, pero duele mil veces más la conciencia de la propia idiotez, cuando uno sabe a dónde va su vida.

Lo doloroso no es amar la carne, ni siquiera sentir que uno la ama, lo tremendo es saber que uno va a ser sacerdote, que quiere serlo con tdas las células de su alma, y que la parte más baja de nosotros, pero al cabo nuestra, no deja por eso de amar y desear la carne.

Creo que ese momento de desesperación y rabia lo hemos sentido todos. Ese dolor de ver que nuestra vida, que debía ser una pura línea de luz, sube y baja como un corcho en el mar. Sentir que uno, por la mañana, promete a Dios salvar el mundo, y a mediodía se lse escapan los ojos al paso de una chica, sin que por eso deje de querer salvar el mundo. Ser santo es muy difícil. Quizá ya es bastaante quererlo. Pero la gran dificultad no está en ser santo sino en llegar a serlo, en todo ese camino de vací y de hueco, de estar siempre jugando al escondite con Dios y con el diablo. Oh, las tacañerías en la entrega, cómo duelen!”

Fuente: Libro “Un cura se confiesa”, de José Luis Martín Descalzo. Ediciones SIGUEME

10. July 2009 · Escribe un comentario · Categorías:Videos · Etiquetas:,