Moisés, que apacentaba las ovejas de su suegro Jetró, el sacerdote de Madián, llevó una vez el rebaño más allá del desierto y llegó a la montaña de Dios, al Horeb.
Allí se le apareció el Ángel del Señor en una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza. Al ver que la zarza ardía sin consumirse, 3 Moisés pensó: “Voy a observar este grandioso espectáculo. ¿Por qué será que la zarza no se consume?”.
Cuando el Señor vio que él se apartaba del camino para mirar, lo llamó desde la zarza, diciendo: “¡Moisés, Moisés!”. “Aquí estoy”, respondió él.
Entonces Dios le dijo: “No te acerques hasta aquí. Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa”.
Luego siguió diciendo: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Moisés se cubrió el rostro porque tuvo miedo de ver a Dios.
El Señor dijo: “
Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos.
Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel, al país de los cananeos, los hititas, los amorreos, los perizitas, los jivitas y los jebuseos. 
El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí y he visto cómo son oprimidos por los egipcios. 
Ahora ve, yo te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas”. (Ex 3, 1-10)

De este texto bíblico, podemos desprender algunas ideas que nos ayudan a entender la vocación de Moisés, y nuestra propia vocación.

1. Moisés, como cada día, llevaba a las ovejas a pastar. Era un día cualquiera. Sin embargo, esa vez se decidió llegar hasta el monte Horeb. Fue Dios quien le habló, no fue Moisés que fue con la intención de “ser llamado” por Dios, fue una iniciativa generosa de Dios. Así sucede con nosotros. No fuimos nosotros quienes escogimos a Dios, fue Él quien nos escogió primero. Y el llamado de Dios muchas veces acontece en el día a día, dentro de nuestras actividades normales. Es ahí donde Dios se manifiesta, pero también depende de que nosotros queramos escuchar la voz de Dios, de subir a la montaña de Dios, ir más allá.

2. Dios habló en una zarza, que ardía, pero no se consumía. Cuando escuchamos la voz de Dios, nuestro corazón arde, es llenado por un fuego que quema, pero no ‘destruye’, al contrario, construye, va haciendo todo de nuevo, va edificando nuestro corazón.

3. Dios llamó a Moisés por su nombre. Es así cómo Dios nos llama, por nuestro nombre. Me identifico y nos identifican por nuestro nombre. Dios nos conoce, no llama a otro, TE LLAMA A TI, no a otros, no llama a un montón de personas, a una masa. Nos llama individualmente.

4. Cuando le decimos a Dios, aquí estoy, o heme aquí, como le dijo Moisés, Él nos invita a descalzarnos, a despojarnos. Reconocemos la grandeza de Dios y nuestra pequeñez. Como María, decimos: “ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava” (Lc 1, 48) El Dios que nos llama, es un Dios que está vivo, por eso dice: Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, Isaac y el de Jacob.

5. Cuando Dios llamó a Moisés, lo llamó para una misión. Dios vio la realidad de su pueblo: eran esclavos, era un pueblo que sufría. Y Dios, le encomienda liberar a su pueblo de la esclavitud en Egipto. Dios, HOY, ve la realidad de su Iglesia, de su Pueblo, o de alguna situación particular, y te llama a ti para anunciar la Buena Nueva, a través de un carisma específico.

Qué lindo es el sueño que Dios tiene con cada uno de nosotros. Seamos dóciles a su llamado. No tengas miedo. Su voluntad, es nuestra felicidad. Él nos destinó a ser santos, a ser felices, y a ser a los demás felices también.

Dios te bendice!

Preparemos nuestro corazón para la celebración Eucarística de este domingo 7, escuchando el Evangelio y un breve comentario.

Dios los bendiga!

Basta encender la TV o ver alguna película para darse cuenta de que solo los ‘rostros y cuerpos lindos’ tienen cabida dentro de la pantalla. También, los grandes intelectuales, con muchos títulos encima, son aquellos que toman los mejores lugares en alguna empresa o en los gobiernos.

Muy pocos consideran a quienes no tiene experiencia ni, aunque parezca contradictorio, a los más ancianos, pues ellos ya no sirven a la sociedad.

Muchas veces, en nuestra Iglesia y grupos de oración, aquellos que cantan, predican o evangelizan son considerados como ‘tocados’ por Dios. Y nos viene un sentimiento de que solo quienes tienen dones y carismas ‘más visibles’ son los ‘elegidos’, o ‘necesariamente’ llamados a alguna vocación consagrada en la Iglesia.

Pero los criterios de Dios no son los mismos criterios que los hombres.

“Él nos llama a cada uno por lo que somos, no por lo que hacemos o podamos llegar a hacer”

Si el Señor nos ha llamado a su Iglesia, o a ser servidor, o a una posible vocación, no es por nuestro intelecto, o virtudes. No es porque cantas o predicas bien. Es simplemente por su amor y misericordia que Él ha fijado sus ojos en nosotros. Siendo indignos de su llamado, Él nos dignifica, nos llama “sus hijos”.

No es porque realizamos cosas que Él llamó, sino por que Él se decidió a amarnos y escogernos.

Moisés, es llamado a liberar el pueblo de Egipto pese a ser tartamudo. Samuel, siendo niño, es llamado por Dios. David, siendo el más joven, fue escogido entre sus hermanos. La Iglesia, pudiendo escoger a algún santo como como patrón de los sacerdotes, por ejemplo, a San Agustín, escogió al Santo Cura de Ars, no por ser un gran intelectual, sino por su corazón. Él, incluso, fue ordenado sacerdote porque sabía rezar el rosario.

Esto no quiere decir que la Iglesia debe ser una asamblea de ignorantes. Necesitamos profesionales, pero no es eso lo que nos hace ‘escogibles por Dios’, sino, su infinita misericordia.

Seamos una Iglesia según el corazón de Dios, que no se presenta ante Él por sus títulos, sino por la “Teología del Arrodillarse”, una Iglesia que se reconoce pequeña y que postra su corazón delante de Dios.

Las multitudes siguieron a Jesús. Él proclamaba el Reino de Dios y sanaba a los enfermos. Pero, ya llegando al término del día, los discípulos querían que Jesús despidiera a la muchedumbre para que pudieran descansar y alimentarse. Pero Jesús les dice: “Ustedes mismos dénles de comer”. No había más que cinco panes y dos peces para unos cinco mil hombres. Y Jesús, pronunció la bendición y aconteció el milagro. Sobraron 12 cestos de los pedazos que sobraron.

 

Sin los cinco panes y dos peces, no acontece el milagro. No porque Jesús no pueda obrar, pues nada es imposible para Él, pero Él necesita de nuestra parte.

Tal vez nuestros cinco panes y dos peces sea sólo nuestro sí al Señor: el deseo de predicar, de evangelizar, de orar por los hermanos. O aún más simple, el de barrer la capilla, adornar la Iglesia, limpiar los baños, ser quien tenga las llaves de la parroquia. En esa simplicidad, Jesús actúa y multiplica tu servicio, carisma, don recibido…para alimentar a un pueblo hambriento de escuchar la Palabra de Dios.

O al revés. Te han encomendado una gran misión, y crees que no eres capaz. Incluso, puedo decirte: “no eres capaz, pero Dios te capacita”. Pues si todo lo haríamos nosotros, nosotros haríamos el milagro de la multiplicación, y no Jesús.

El mundo está hambriento, hay que saciar su hambre de Dios. Y Jesús te encomienda esa misión a ti. Confiémos que Él hará todo lo demás. Tú solo dile “sí” y verás cómo sobrarán doce canastos con pedazos de pan.

Dios te bendice,
Daniel Galaz
Comunidad Canción Nueva

Muchos de nosotros, miembros de grupo de oración, oramos cada semana al Señor, le proclamamos Rey de nuestra vida, lo alabamos y bendecimos, y le entregamos nuestra vida. Pero, ¿realmente vivimos lo que oramos? Sí tú le has entregado tu vida al Señor, ¿te has preguntado alguna vez si Él te está llamando a una vida consagrada en alguna comunidad carismática (ya sea de vida o de alianza) o incluso en alguna de las comunidades tradicionales (órdenes religiosas, congregaciones, instituto de vida consagrada, etc)?

Yo, ¿consagrado?

No pienses que sólo los sacerdotes y monjitas son consagradas al Señor. En realidad, no es uno quien se consagra a Dios, sino que es Dios quien consagra. Consagradado quiere decir ‘santo, escogido, elegido’. Si bien es cierto que esos títulos parecen grandes, lo es mucho más el título que todos tenemos por medio del bautismo: ‘hijos de Dios’ (1 Jn 3, 1-ss). Así que cualquier otro título nos acomoda bien.

En muchas de las ‘Nuevas Comunidades’ laicos, familias, célibes y sacerdotes, hombres y mujeres, jóvenes en su mayoría, pero también adultos, viven juntos, en comunidad, para cumplir el mandato que nos dejó Cristo: “Id por todo el mundo y anunciar la Buena Nueva” (Mc 16, 15).

Estas nuevas comunidades son fruto del Concilio Vaticano II y de la Renovación Carismática Católica, suscitadas por el Espíritu Santo y satisfacen las necesidades que el propio Dios ve en su pueblo (Ex 3, 9-10)

Exisiten muchas comunidades, alguna de estas comunidades son Shalom (con casa de misión en Chile), Canción Nueva, Bethania, Bienaventuranzas, Emanuel, entre otras.

¿Qué dice la Iglesia Católica frente a esto?

“La originalidad de las nuevas comunidades consiste frecuentemente en el hecho de que se trata de grupos compuestos de hombres y mujeres, clérigos y laicos, de casados y célibes, que siguen un estilo particular de vida (…) Estas nuevas asociaciones de vida evangélica no son alternativas a las precedentes instituciones (…); son también un don del Espíritu para que la Iglesia siga a su Señor en una perenne dinámica de generosidad, atenta a las llamadas de Dios que se manifiestan a través de los signos de los tiempos.” (Juan Pablo II, Vita Consecrata Nº 62)

Te invito a ti, que le has entregado tu vida al Señor, a orar y discernir junto a un sacerdote o acompañante espiritual, una posible vocación consagrada: familia misionera, sacerdote, religioso/a, celibatario.

No es uno quien ‘elige’, es Dios quien llama.

“No fueron ustedes quienes me eligieron, fui yo quien los escogí” (Jn 15, 16)