Aquí les comparto el testimonio de un sacerdote mientras era seminarista…

“(…) La pasión vino enseguida, vino el sueño obsesivo, la carne ya sin sueños, el estrujarse los ojos con los puños, la tentacion retórica, los deseos más o menos brutales y la hombría. El asquearse de todo, la tristeza, el cerrarse del alma, el entender la vida con un sentido trágico, el hacerse la iglesia la tortura mayor, el comulgar sin que supiese nada. El pensar que pesaba la sotana, decirse muchas veces: ‘Esto se viene abajo’.

No sé si esto les pasaba a mis compañeros. Quizá todos vivieron lo mismo antes o después, porque en el fondo la vida es igual para todos, y quien ha vivido una vida hasta el fondo puede decir que las ha vivido todas. Sí, hemos sentido casi todo lo que vosotros habéis sentido, porque no son las calles lo que hacen la vida sino la propia alma. Y en nosotros todo esto ha sido quizá más doloroso que en el resto del mundo porque ha ido siempre cruzado con ese otro mundo de ideal, de espera de cosas tan enormes. La tentación es dura, sí, pero duele mil veces más la conciencia de la propia idiotez, cuando uno sabe a dónde va su vida.

Lo doloroso no es amar la carne, ni siquiera sentir que uno la ama, lo tremendo es saber que uno va a ser sacerdote, que quiere serlo con tdas las células de su alma, y que la parte más baja de nosotros, pero al cabo nuestra, no deja por eso de amar y desear la carne.

Creo que ese momento de desesperación y rabia lo hemos sentido todos. Ese dolor de ver que nuestra vida, que debía ser una pura línea de luz, sube y baja como un corcho en el mar. Sentir que uno, por la mañana, promete a Dios salvar el mundo, y a mediodía se lse escapan los ojos al paso de una chica, sin que por eso deje de querer salvar el mundo. Ser santo es muy difícil. Quizá ya es bastaante quererlo. Pero la gran dificultad no está en ser santo sino en llegar a serlo, en todo ese camino de vací y de hueco, de estar siempre jugando al escondite con Dios y con el diablo. Oh, las tacañerías en la entrega, cómo duelen!”

Fuente: Libro “Un cura se confiesa”, de José Luis Martín Descalzo. Ediciones SIGUEME

Perdóname, Señor, encomienda a otro esta misión”. (Ex 4,13)

Luego que Moisés le dice a Dios ‘heme aquí’, Dios le encomienda hablar con el faraón para que saque a su pueblo de Egipto, Moisés. Sin embargo, Moisés rechaza en una primera instancia esta misión que Dios le encomienda, pero Dios no se cansa en responderle.
Esto lo podemos encontrar en Ex 3, 11-15; 4, 1-17

Aquí están las cinco objeciones de Moisés y las respuestas que Dios le da él, que no es más que nuestra vida. Muchas veces le decimos que no a Dios, pero Él cada día sigue seduciéndonos con su amor.

1.  “¿Quién soy yo para presentarme ante el Faraón y hacer salir de Egipto a los israelitas?”. (3, 11)

“¿Quién soy yo? !Yo no puedo ir!” Es lo que Moisés le dice a Dios. Y Dios no le responde quién es él, sino que le dice: “Yo estaré contigo” (v.12). Muchas veces, no nos conocemos, no sabemos quiénes somos ni de donde procedemos. Pero con esta respuesta, podemos decir que nosotros ‘somos’ en Dios. De Él venimos, y hacia Él vamos. Si no estamos en Dios, ¿cómo podremos encontrar el verdadero sentido de nuestra vida? Dios está en nosotros, nosotros en Él. Con Él, todo podemos hacer. Sin Él, nada. No eres tú, por tus fuerzas ni por tus medios que llevas la misión, sino que es Dios, en ti, que te lleva a liberar a su pueblo.

2. “Si me presento ante los israelitas y les digo que el Dios de sus padres me envió a ellos, me preguntarán cuál es su nombre. Y entonces, ¿qué les responderé?”. (3,13)

¿Quién eres Tú? Será que Moisés no conocía a Dios? Dios le responde: ‘Yo soy el que soy’ (v.14). Dios es un dios de vivos, de todas las generaciones. Si no le conocemos, ¿cómo sabremos cuál es la misión que Él tiene en nuestra vida? Estamos llamados a la Intimidad con Dios. En esa intimidad, Él te hablará y te dará a conocer su voluntad.

3. “¿Y si se niegan a creerme, y en lugar de hacerme caso, me dicen: ‘No es cierto que el Señor se te ha aparecido’?”. (4,1)

¿Y si no me creen?, pregunta Moisés a Dios. Él se fija en sus capacidades, y no en las de Dios. Moisés era un pastor, caminaba apoyado con su cayado. Ahora, ese cayado, se transformará en un signo del poder de Dios ante el pueblo (v.3-9) Es así como Dios toma nuestras capacidades y las transforma. Él también necesita de nuestro cayado, de nuestros dones, talentos, necesita que pongamos de nuestra parte. Porque al al final, es Él quien hace todo.

4. “Perdóname, Señor, pero yo nunca he sido una persona elocuente: ni antes, ni a partir del momento en que tú me hablaste. Yo soy torpe para hablar y me expreso con dificultad”. (4,10)

¡Soy tartamudo! es lo que le dice Moisés. Moisés sabía de sus limitaciones, pero para Dios, esa no es una limitación, pues es Él quien hace la obra, es Él quien libera. Él es quien pone las palabras en nuestra boca (v.12). Dios te llama, no te detengas en tus limitaciones, porque la obra es de Él. No es con nuestras capacidades ni con nuestros méritos con los cuales ‘liberamos’ u ‘obramos milagros’. Sino, que Dios toma nuestra pequeñez para obrar grandezas.

5. “Perdóname, Señor, encomienda a otro esta misión”. (4,13)

¡A mí no!, es la última objeción que le hace Moisés a Dios. Dios ha hecho de todo y va más allá con Moisés. Dios se da a conocer, le da el poder para hacer señales, le da la promesa de que Él hablará por su boca, y además, pondrá como compañero de Moisés, a Aarón, quien habla bien (v.14-17). Dios no se deja vencer en generosidad. Él siempre nos regala mucho más de lo que merecemos. Somos sus hijos amados, Él no nos deja solos, incluso, pone hermanos a nuestro lado que nos ayudan a realizar la misión que Él nos encomienda. Tu “sí” a Dios, puede salvar almas, así como el sí de María. Ella dijo que sí, y Jesús redimió al mundo.

Dile que “sí” al Señor, no te detengas en tus limitaciones, sino que quédate en su amor y misericordia.

Dios te bendice!