En un mundo que se hace desierto, tenemos sed de encontrar un amigo
Antoine de Saint-Exupéry, autor del libro “El Principito” escribe: “En un mundo que se hace desierto, tenemos sed de encontrar un amigo”. Muchas veces vivimos en medio de multitudes y nos sentimos solos.
Nos falta la presencia de un amigo que escuche nuestros dolores y nos cure, con el bálsamo de las palabras de conforto, las heridas de nuestra alma.
Amigo verdadero sabe cuidar del otro sin de
jar de cuidar de si mismo. Solamente quien descubre, en la vida una verdadera amistad sabrá valorizar este don tan precioso y valioso como un diamante.
=> La amistad es una señal del cielo
La mejor definición de lo que es la amistad la encontramos en las Sagradas Escrituras: “Un amigo fiel es una poderosa protección: quien lo encontró, descubrió un tesoro. Nada se compara con un amigo fiel, el oro y la plata no merecen ser puestos en paralelo con la sinceridad de su fe. Un amigo fiel es un remedio de vida e inmortalidad, quien teme al Señor encontrará ese amigo. Quien teme al Señor tendrá una excelente amistad pues su amigo le será semejante (Sir 6,14ss).
Las verdaderas amistades son tan preciosas que son comparadas por el Autor Sagrado como un tesoro. Algo valioso que, una vez encontrado, debe ser cuidado y valorizado.
Amigos nacen de muchas semejanzas pero también de diferencias. En la escuela de la vida aprendemos a reconocer un amigo por la presencia silenciosa en los momentos de dolor.
Amigo verdadero sabe alegrarse con nuestras conquistas. Amistad que cultiva la envidia pierde su sentido y sofoca la raíz del amor gratuito que fortalece el árbol del compartir que cultivamos.
La amistad verdadera construye puentes y derrumba los muros que separan y dividen.
Un amigo de verdad sabe caminar con nosotros en las noches sin estrellas de esperanza y nos guía con la luz de su amor por el camino del bien y de la verdad. Amigo sincero nos habla con cariño, pero no deja de decirnos la verdad a pesar de que muchas veces no estemos dispuestos a oir.
Amigo verdadero sabe respetar nuestro tiempo y no nos sofoca con su exceso de protección. Sabe que estar lejos es tan importante como estar cerca. Nos comprende cuando preferimos el silencio de las reflexiones al ruido de las palabras sin sentido.
Una amistad madura nace en el tiempo y se cultiva por toda la vida. En el tesoro de la vida, la amistad debe ser cuidada con cariño y ternura.
Quien descuida un amigo abandona un tesoro valioso y deja de lado un poco de si mismo que fue guardado en el corazón de la otra persona. La mejor manera para valorizar una amistad es ser presencia y no ser inconveniente.
Muchas amistades terminan porque en realidad nunca comenzaron de verdad. Son relaciones interpersonales cultivadas de forma superficial.
Amistad que tiene su base en el amor conoce la historia del otro y por eso mismo, sabe ser misericordioso con quien nos confía parte de su vida entre lágrimas y sonrisas.
Jesús confió tan verdaderamente en sus discípulos que no los llama más servidores sino amigos: “Ya no los llamo siervos, pues el siervo no sabe lo que su patrón hace, yo los llamo amigos porque les comuniqué todo lo que oí de mi Padre.” (Jn 15,15).
La vida y la misión de Jesús no eran secretos para aquellos que convivían con él diariamente. El amor de Jesús por cada amigo fue tan grande que su vida no era mas suya, pero continuaría para siempre viva en el corazón de cada uno de aquellos que lo seguían y en el paraíso, esta vida donada y compartida sería contemplada en un abrazo amigo que duraría toda la eternidad.
En la amistad de Jesús por cada uno de nosotros encontramos el camino para una amistad verdadera que se dona gratuitamente por aquellos que hacen parte de nuestra historia.
Amistad verdadera tiene en Cristo su fundamento de amor, caridad, entrega y compartir.
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