Comenzamos nuestra experiencia en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu. Que renueve la faz de la Tierra. Oración: Oh Dios, que llenaste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo; concédenos que, guiados por el mismo Espíritu, sintamos con rectitud y gocemos siempre de tu consuelo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Pedimos Señor que esta Palabra se vuelva viva y eficaz en nuestra vida, y no vuelva al Señor sin haber producido en nosotros el efecto.
Palabra: 1 Macabeos 3, 58-59
“Judas les dijo: ¡Preparaos y sed valientes! ¡Estad dispuestos, cuando mañana amanezca, a luchar contra esos paganos que se han juntado para destruirnos a nosotros y a nuestro Templo! Más nos vale morir en la batalla que ver las desgracias de nuestra nación y de nuestro Templo. ¡Pero hágase lo que Dios quiera!”
Judas Macabeo vivía en un tiempo muy complicado donde se imponía un imperialismo cultural con el objetivo de hacer de Judea un estado helenista, es decir, de cultura griega. En el año 167 a.C. el rey Antíoco Epífanes saqueó el templo de Jerusalén e instaló allí una estatua de Júpiter, mientras perseguía a los judíos en todo el país. Judas Macabeo y sus compañeros formaban parte del grupo de la resistencia, extremamente religioso y que traía un gran amor por la patria. Este relato del libro de los Macabeos debe suscitar en nosotros una reacción. Hoy no somos llamados a poner nuestras manos en las armas para defender nuestra patria y nuestra religión, como en aquel tiempo, sin embargo estamos convocados a la guerra y empuñamos otras armas; las armas espirituales, que como afirma Pablo en la segunda carta a los Corintios: “Son capaces de derrotar fortalezas”.
Estamos en guerra, y esta es una guerra espiritual, muchas veces invisible, pero también es una guerra cultural, en un intento absurdo de implantar el “marxismo cultural”, suscitando la cultura de la muerte, la cual tiene aversión a la religión y que predica una laicidad radical, renunciando a todo lo que históricamente adquirimos de la moral judeocristiana. Necesitamos tener disposición y mucho coraje para entrar en esta guerra, a semejanza de estos hombres que se resistieron a la investida de Antíoco Epífanes, quien es una representación clara de las fuerzas del mal. Este coraje viene de Dios, pero crece en nosotros a medida que también crece el amor a la patria y a la religión, al cristianismo.
La orden que nos da en la palabra es: sed valientes. Los Macabeos estaban dispuestos a morir por la patria y por la religión, ¿y nosotros? A veces somos tan indiferentes a los sufrimientos del prójimo que no nos sensibilizamos con las víctimas que esta guerra espiritual ha causado (personas que están abandonando la fe, la Iglesia, por no nombrar otras realidades que están sucediendo en medio de nosotros y nuestro tiempo). Judas Macabeo dice a sus compañeros: “Es mejor para nosotros morir en la guerra que quedarnos viendo la desgracia de nuestro pueblo y de nuestro Templo”. Que esta visión de compromiso de aquellos hombres provoque en nosotros un compromiso con la Iglesia y con los sufrimientos de aquellos que están abatidos por el mal en nuestra sociedad, en nuestro mundo. Necesitamos reaccionar y nuestra reacción no es otra que la santidad y la oración, especialmente la oración de intercesión.
Creo que podemos cambiar el mundo con el poder de Dios manifestado entre las naciones. Dios escoge canales para llevar Su gran poder y estos canales somos nosotros. A partir de hoy necesitamos tener una gran responsabilidad con nuestra nación y con nuestra religión y comenzar a orar insistentemente por nuestras naciones para que el avivamiento alcance a todo el pueblo. Con las armas espirituales derribaremos fortalezas, pues aunque estas hayan sido edificadas y fundamentadas por el mal, el poder de Dios es infinitamente mayor. Creamos y asumamos nuestro puesto en esta guerra, empuñemos nuestras armas espirituales y hagamos uso de ellas continuamente, pues la victoria es segura. Amén.
Mortificación: Doblar las rodillas ante la presencia del Señor, sentir la moción de postrarte con el rostro por tierra y orar por tu nación y por la Iglesia Católica. Dedicarte a la oración de intercesión por estas dos realidades.
Oración y clamor: Mi Dios, quiero el mismo coraje que diste a Judas Macabeo y a los hombres que con el partieron a la batalla, para defender la nación y la religión de la garra de los burlones, de aquellos que profanaban la nación y el Templo. Aléjame de la indiferencia, libérame de la naturalización del sufrimiento, pues debido a ella ya no siento compasión de aquellos que sufren, me he acabado acostumbrando con las derrotas de nuestro país. En el tiempo actual nuestra nación ha sido asolada, ultrajada, humillada por la corrupción política y muchos brasileños se han vuelto corruptos.
Señor, son innumerables las leyes que se tramitan en la Cámara y en el Senado de Brasil que son contrarias a la vida y a la familia y que violan Tu ley. Que no sea indiferente, esto es lo que te pido. Cambia esta realidad en mi vida Jesús y despiértame para el combate, para la guerra, dándome la visión espiritual y haciendo que asuma y use las armas espirituales capaces de derribar fortalezas. Señor, cuántos han abandonado la fe, viviendo en estado de apostasía, cuántos escándalos en nuestras realidades eclesiales, escándalos morales y de división. Quiero ser promotor de esta liberación, por el poder del Espíritu Santo. Solo te pido una cosa, Señor, y es esto lo que deseo del fondo de mi corazón: que me comprometa con Brasil y con Tu Iglesia. No permitas que me acostumbre con todo lo que ha sucedido, con los ultrajes y errores, necesito ser despertado para el combate y necesito estar munido de las armas espirituales para vencer.
Que sea capaz como los Macabeos, de dar la vida, si fuera preciso, por Brasil y por la Iglesia. Ven Espíritu Santo, tócame e impúlsame en esta dimensión espiritual, para que esté continuamente comprometido en el combate, y colocándome al frente, pueda experimentar el sabor de la victoria. No voy a desistir, estaré contigo, Señor, bajo tu comando. Así sea. Amén. Aleluya.
(Deja ahora libremente que el Espíritu Santo te lleve a una experiencia de un gran clamor y de toda la revelación que Él tiene para tu vida).