Comenzamos nuestra experiencia en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu. Que renueve la faz de la Tierra. Oración: Oh Dios, que llenaste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo; concédenos que, guiados por el mismo Espíritu, sintamos con rectitud y gocemos siempre de tu consuelo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Pedimos Señor que esta Palabra se vuelva viva y eficaz en nuestra vida, y no vuelva al Señor sin haber producido en nosotros el efecto.
Palabra: Eclesiático 35, 17
“La oración del humilde traspasa las nubes y no se detiene hasta llegar a Dios; no desiste hasta que el Altísimo le atiende juzgando y haciendo justicia a los justos”.
La humildad toca el corazón de Dios y hace que Él atienda aquello que está siendo presentado en la oración, según el libro de Eclesiástico que estamos meditando. Tenemos que buscar esta humildad no sólo en la oración sino en todo nuestro comportamiento, en el trato con las personas, en nuestro día a día. No podemos ser humildes solamente cuando estamos interesados en algo, sino que necesitamos vivir una vida de humildad, y la respuesta de la oración será apenas una consecuencia de nuestra vida.
Vale la pena recordar cuando Naamán el Sirio fue a visitar al profeta Eliseo (hecho narrado en el segundo libro de los Reyes) y Eliseo no le recibió sino que directamente le mandó que se bañase en el Rio Jordán siete veces y quedaría curado de lepra. Él se enfadó diciendo que los ríos de su tierra natal eran mejores que el río Jordán. Una criada humilde le dijo que si el profeta le hubiese pedido algo extraordinario para curar su lepra, ¿no lo hubiera hecho? Y le convenció para hacer ese gesto tan simple, pero lleno de confianza en Dios y no en el profeta, y la lepra desapareció.
Estamos llamados a vivir en constante estado de humildad; ser humildes en la oración y en todo lo que hagamos y así podremos atraer los ojos de Dios hacia nuestra vida y hacia nuestro clamor. La Virgen María dijo: “Miró la humillación de su sierva”. Es verdad que los ojos del Señor se fijan en los humildes y los oídos de Dios están atentos a sus clamores. Creo que debemos renunciar a todo orgullo, vanidad y soberbia que muchas veces reinan en nuestro comportamiento, en el trato a las personas e incluso hasta dentro de la misma Iglesia; en nuestra experiencia espiritual a veces nos consideramos mejores que otros, menospreciándolos, otras veces con nuestra actitud nos cerramos a la gracia de Dios, pues nos convencemos de que lo sabemos todo o de que ya lo hemos experimentado todo. ¡Qué es difícil convivir con los “sabelotodo”!
Es difícil vivir con los que se ponen por encima de todos e incluso por encima de Dios. Así, se bloquea la acción de Dios en la vida del orgulloso. Con María debemos dar el paso a la humildad y siempre afirmar: “El Poderoso hizo en mí grandes cosas, Su nombre es Santo… pues Él miró la humillación de su sierva…” Ten coraje de dar este paso y verás que la oración que hagas atravesará las nubes y tocará el corazón de Dios.
Mortificación: Optar por las cosas más simples en el día de hoy, ponerse a disposición de los hermanos y poner ante Dios sus necesidades.
Oración y clamor: Señor, reconozco mi debilidad y mi pequeñez ante Tu grandiosidad, ante Tu poder y ante Tu fuerza. Muchas veces el orgullo y el espíritu de grandeza se apoderan de mi corazón. En muchos momentos me consideré mejor que mis hermanos: más santo, más orante, más fiel y, en verdad, eso es una tentación para desviarme de Tu voluntad y para bloquear la acción de Tu Espíritu en mí. Necesito reconocer que soy pequeño, débil, incapaz. Reconocer que Tú Jesús eres mi Todo, mi fortaleza y mi sustento.
No quiero alimentar la vanidad y el orgullo en mi corazón, en verdad quiero estar en Tu presencia rendido y humillado, como Juan el Bautista y quiero decirte: que Tú crezcas y yo disminuya. Renuncio ahora a toda necesidad que tengo de sobresalir, de ser reconocido, de ser elogiado. Cambia mi vida Señor, cambia mi comportamiento y las decisiones de mi corazón, quiero ser modelado por Ti, como un barro en las manos del alfarero. Deseo abrir mi corazón para lo nuevo y para todo aquello que quieres realizar en mi vida. Sé que tienes mucho más para mí.
Me doy cuenta de que yo aún no he experimentado casi nada de Tu presencia y que mi conocimiento de la Palabra, de la doctrina, de Ti, es muy limitado. En muchos momentos pensé que te conocía, que sabía mucho y que ya había experimentado todo lo que tenías para mí. Hoy sólo puedo reconocer, mi Señor y mi Dios, que te conocía sólo de palabra, que no había experimentado verdaderamente Tu gracia.
Sé que una experiencia auténtica contigo produce humildad, reconocimiento de que eres Todo y de que yo no soy nada. Quiero caminar así a partir de ahora, quiero ser transformado por Tu amor, por Tu santa presencia. Que a partir de ahora, mi oración penetre las nubes y toque Tu corazón. Estaré postrado en adoración esperando Tu respuesta a mis clamores. Gracias mi Señor, alabado y adorado seas para siempre.
(Deja ahora libremente que el Espíritu Santo te lleve a una experiencia de un gran clamor y de toda la revelación que Él tiene para tu vida).