Conocemos bien los evangelios que relatan la visita del ángel a Maria anunciando también el embarazo de su prima Isabel y todas las consecuencias que vivirán ambas. Con todo, quiero reflexionar sobre la persona de José, que tuvo la oportunidad de abandonar todo y seguir según su propia voluntad.
José, hombre trabajador, con el sueño de ser padre y constituir una familia recibe la visita del ángel que le dice: José, hijo de David, no temas recibir a Maria por esposa, pues lo que en ella ha sido concebido viene del Espíritu Santo. Mt. 1, 20. Observemos que en todo es la acción del Espíritu Santo la que convenció a cada uno sobre el proyecto de Dios y los llevó a la acción.
Sin pretensión de querer compararme doy testimonio de mi experiencia con el mismo Espíritu Santo que cambió el rumbo de mi vida y me puso manos a la obra asumiendo los planes divinos.
Tenía una vida común a cualquier otro hombre. Desde pequeño fui educado en el temor del Señor de manera especial por mi abuela materna que ayudó a mi madre a insertarme en la vida cristiana católica. Fui bautizado con cuatro meses y nueve días, hice mi primera Eucaristía a los ocho y tuve una infancia común; los domingos iba a misa con mi abuela que antes de dormir también me ayudaba a rezar el ángel de la guardia. Los años pasaron y sintiéndome independiente ya no quería seguir las enseñanzas de la fe.
Comenzó la etapa de los descubrimientos que se presenta con todos sus atractivos. Comienzo a descubrir amistades en la calle y las diversiones propias que me hicieron desligarme completamente del camino que me hizo conocer a Dios; esos atractivos pasajeros que están presentes en la sociedad y que desvían a tantas personas del camino real de felicidad. En esa etapa casi aborté el Espíritu Santo en medio de mis elecciones y sufrí las consecuencias, dejando marcas en mi historia.
Después de pasar por la vida militar, aprender y entender principios básicos para ser un buen ciudadano el Señor me envió un ángel que en mi caso precisó ser insistente para que yo me diese cuenta y me adhiriese a los planes de Dios; no piense que soy un vidente, pues el ángel que Dios envió fue mi propia madre que como dice el dicho: “agua que golpea en piedra dura hasta que agujerea”, y así pasó.
Mi madre me hizo la propuesta de recibir el sacramento de la Confirmación, con toda pedagogía, pues en esa época yo estaba saliendo con una chica y dijo que para casarme necesitaba primero estar confirmado. Yo, lejos de todo, le dije que se estaba inventando la situación para acercarme a la Iglesia. Tuvimos dos ocasiones más y mi madre continuamente lanzaba la semilla hablando para que le invitase a una tía a ser mi madrina y en otro momento me dijo que me iba a inscribir en la catequesis y me compraría el pantalón blanco; imagine mis reacciones ante estas propuestas. Pero por mi parte no sucedió nada hasta que cuatro días antes del día bendito, por obra del Espíritu Santo (única explicación que tengo) aparecí en la Iglesia y los catequistas (conociendo mi historia a través de mi madre) confirmaban mi presencia y yo sin saber, me sentía envuelto por la gracia que me hizo llegar al día 16 de noviembre de 1997 sentado en el banco de la Iglesia de Sao João Batista en Aracaju, con aquella tía que mi madre me sugirió y con el pantalón blanco que ella me compró especialmente para ese día. Gracias a Dios yo no aborté el Espíritu Santo y como María le dejé actuar.
Un momento muy particular marcó ese día; el arzobispo de Aracaju, Don José Palmeira Lessa, en el momento de administrar el sacramento nos dijo a los que íbamos a recibir la Confirmación que le gustaría pedir una sólo una cosa y que el resto de catequistas ayudarían: “¡Una cosa quiero pedirles, con mucha tranquilidad, sólo os pido que abráis vuestro corazón!”. Esas palabras cayeron como una semilla en mi corazón que germinó e hizo brotar el árbol que hoy busca dar los frutos necesarios. Termino este compartir afirmando que seguí el pedido del arzobispo y esto trajo por consecuencia el descubrimiento de mi vocación Canção Nova.
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