Todo empezó muy pronto. Desde muy pequeña siempre frecuentaba la Iglesia y la catequesis. Lo que más me gustaba era la imagen del Sagrado Corazón de Jesús y la imagen de Nuestra Señora. Su mirar era tan profundo que parecía que sólo me miraba a mí. Antes no me imaginaba nada, pero hoy entiendo que desde ese tiempo Nuestra Señora y Jesús me miraban con cariño especial porque para ellos yo soy predilecta. En esa época yo era aventurera, quería ser diferente, quería cambiar el mundo. Desde muy pequeña vivía en un mundo que para mí no era el mundo que deseaba. Mas tarde realicé una experiencia con la asociación “Mensajero del Evangelio”, vivía la alegría de tener a Cristo. Estar ahí permitió que Dios me protegiese, que crease una intimidad conmigo. Yo quería seguir a Jesús, eso era una certeza en mí. En esa época fui perseguida, humillada. Las personas se burlaban de mí, iba por la calle y me llamaban monjita, en la escuela hubo un día que me marcó mucho, mientras rezaba, algunos alumnos vinieron y nos empezaron a pegar a una amiga y a mí. Corrían detrás nuestro con escobas. Era mucho para una niña. Yo no entendía nada, apenas actuaba de la manera que me parecía correcto.
El mundo y el maligno, como decía mi tan querido padre Leo, es muy astuto; me hizo dudar y me hacía querer experimentar las cosas del mundo, me atrajo y acabé por dejar todo lo que vivía en la Iglesia. Quería ser una persona normal, aceptada por todos. Pensaba que si me alejaba de Dios todos mis problemas se iban a solucionar. Fue cuando comencé a destruirme, tuve bulimia durante cerca de 5 años y hoy combato contra la tentación de caer de nuevo, vivía con aquel fardo de querer cambiar para ser aceptada. Siempre hice todo para ser aceptada en el mundo de los humanos, cuando el único que debía aceptarme ya lo había hecho. Sufrí mucha humillación, cada vez que pensaba en subirme a una báscula me ponía nerviosa, pues ya no quería más ser humillada por todos.
Tuve que soportar el “EU” que en el fondo condenaba y odiaba. Fue cuando mi vida dio un gran giro, vine a Suiza, un país rico y seductor. Comencé a salir, a fumar, a beber, quería destruirme, había perdido el amor a la vida. Fue cuando conocí a un chico y empezamos a salir, el exigía más de mí, quería que sea perfecta, que fuese la mujer que él soñó. Proyectó en mí relaciones antiguas. Cada día que pasaba me sentía más como una basura, continué con la bulimia, fui creando un agujero en mí. Me hacía inmensas preguntas: vivo en una casa donde soy invisible, donde a nadie le importo. La bulimia fue un refugio para ser amada. Yo sólo quería atención. Comenzó en una broma y acabó en enfermedad. Continué con esa relación con el chico, intentando ser siempre perfecta, él hablaba y yo me callaba. Fui para él aquello que él quería. Después de haber terminado la relación porque ya no aguantaba más, me quedé tan perdida que comencé los estudios pero los dejé, estaba vacía. Después de tanta miseria, una amiga me invitó a ir a la iglesia evangélica, donde estuve un año, fui bautizada ahí, me colocaron en la cabeza muchas cosas y el amor y predilección que yo tenía por la Virgen María murió. Durante ese año encontré a un chico, salimos, sin seguir los patrones cristianos, yo no estaba aún para Dios; yo quería bendiciones en mi vida y para mí esa relación era genial. Todo parecía más fácil, no necesitaba rezar, ni ir a misa todos los domingos; bastaba con ir al culto una o dos veces por semana o si no, me confesaba con Dios. Fue un camino fácil que me ayudó de cierto modo a salir del pozo, pero ni así estaba feliz. Abandoné el curso que había empezado, acabé con el noviazgo y me encontré de nuevo perdida. Me perdí, estaba vacía, perdida y sucia. Me comparé numerosas veces con María Magdalena antes de encontrarse con Jesús, me parecía que era un caso perdido, perdí las ganas de vivir, de hacer algo. Yo apenas quería cerrar los ojos y dormir para siempre.
Para mí, apartarme de Dios, fue desistir de mi misma, desistir de mis sueños en busca de una felicidad engañosa. Con todas sus seducciones, lo único que encontré fue miseria, muerte y vacío. Dejar el amor de Dios por amores humanos sólo me trajo decepción y sufrimiento. Lo que yo siempre quise fue ser amada. Pero a causa de alejarme de Dios, no puede encontrarme con ese amor que transforma.
Alejarme de Dios y desistir de nosotros mismos, es dejar nuestros valores y entregarnos al mundo que nos convence de que todo es bueno. ¡Alejarte de Dios es dejar de vivir! Es como andar en un mar a la deriva, llega el momento que nos cansamos perdemos el aliento y morimos. Así es la vida sin Dios. Es un mar de olas feroces, sin luz, apenas oscuridad y desesperación.
Lo más importante es que entendí que no es el camino fácil o la facilidad la que nos aproxima a Dios. Jesús pasó por la cruz para poder salvarnos, nosotros debemos seguir su ejemplo. No quiero decir que usted necesita hacer sólo penitencia, pero se trata de estar con Cristo, es dar un significado y una esperanza a cada dificultad y a cada sufrimiento. Si usted está pasando dificultades o tuvo una historia difícil, dé gloria a Dios, de todo Dios saca un bien mayor. Su pasado no es una historia de vergüenza o humillación. Para mi, mi pasado fue la historia que Dios escogió para rescatarme.
Hoy alabo al Señor y mi corazón está agradecido con Él porque Él me rescató.
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