Comenzamos nuestra experiencia en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu. Que renueve la faz de la Tierra. Oración: Oh Dios, que llenaste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo; concédenos que, guiados por el mismo Espíritu, sintamos con rectitud y gocemos siempre de tu consuelo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Pedimos Señor que esta Palabra se vuelva viva y eficaz en nuestra vida, y no vuelva al Señor sin haber producido en nosotros el efecto.
Palabra: Apocalipsis 211 1
“Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más”.
Hemos llegado al final de nuestro devocional “La profecía del Avivamiento” y tengo la certeza de que todos hemos experimentado una conversión, una vuelta a nuestros orígenes y que de aquí para adelante vamos a caminar en la dirección de la voluntad del Señor para nuestra vida, conducidos por el Espíritu Santo. Providencialmente la cita de este último día de nuestra experiencia de conversión es del Apocalipsis de San Juan; una cita fuerte que nos motiva a caminar en santidad. Existe un motivo por el cual estamos aquí en este mundo y no podemos vivir este tiempo que el Señor Dios nos ha dado de cualquier manera, pues todo tiene un sentido que es resumido en esta Palabra: estamos aquí para la vida eterna. Somos creados para la eternidad y no para lo transitorio y finito que son propios de este mundo.
Mucha gente vive sin esperanza en esta tierra, mirando solamente a este mundo, han perdido totalmente el sentido de todo, no creen más, ya no buscan más al Señor, no obedecen la ley de Dios y quieren crear sus propias leyes, son personas vacías, viven como zombis, muertos-vivos, que caminan angustiados de un lado para otro, sin sentido de vivir. Nuestra meta como cristianos es bastante más alta, miramos a lo alto y a nuestro futuro que es la vida eterna, que es el cumplimiento de este mensaje de Juan, “un nuevo cielo y una nueva tierra”, y el misterio es grandioso. ¿Por qué el Espíritu Santo inspiró a Juan al escribir el Apocalipsis, teniendo en vista los sufrimientos que los cristianos primitivos vivían en la persecución, en el martirio, en la acogida del Evangelio, perseguidos por el Imperio Romano, y en el final del Apocalipsis se da una promesa tan extraordinaria?
Precisamente porque Dios quiere mostrar el sentido de todo: de los sufrimientos, de las enfermedades, de la persecución, del dolor, del martirio. Nos ha querido mostrar que todo vale la pena en vista a lo que nos espera – por tanto, el cristiano es llamado a la perseverancia y a permanecer fiel hasta el fin, soportando las pruebas con alegría, pues verdaderamente lo que nos espera es la victoria final: “un nuevo cielo y una nueva tierra” donde “Él enjugará toda lágrima de sus ojos. La muerte no existirá más, y no habrá más luto, ni pena, ni queja, ni dolor porque todo lo de antes pasó”. (Apc 21, 4). ¡Qué tremenda promesa! Tenemos que vivir todos los días de nuestra vida aquí en la tierra aspirando al cumplimiento de esta promesa, y dicha promesa debe ser la fuerza que nos motive ante los desafíos que vivimos. Esto en teología se llama “tensión escatológica”, y fue así que los primeros cristianos vivieron y vencieron; con esta esperanza caminaron en la certeza de que este mundo es transitorio y que Jesús volverá para restaurar todas las cosas. Esto los motivaba a vivir santamente, a hacer frente al mal con las fuerzas espirituales y a perdonar a los que les perseguían, ofendían e incluso mataban.
La certeza de la vida eterna, les motivaba a evangelizar a todos los hombres y mujeres, a tener ardor apostólico, pues toda la humanidad es blanco del amor de Dios y debe conocer a Jesucristo. Esto les llevaba a poner en riesgo su vida para anunciar la Buena Nueva, percibamos lo que los apóstoles vivieron, contemplemos el testimonio de San Pablo, y que su testimonio nos motive a marcar nuestra generación con esta esperanza y expectativa. A partir de entonces veremos que todo tendrá un nuevo sentido en nuestra vida.
Murmuraremos menos ante las dificultades y pruebas, pues existe un objetivo en todo, sufriremos con más dignidad, completando en nosotros lo que faltó a los sufrimientos de Cristo, y todos los días viviremos para el cielo. Esto no es enajenación, es el puro sentido del Cristianismo. Existe un cielo, existe una promesa, existe un futuro para el cristiano: la vida eterna. Que permitamos al Espíritu Santo clamar por nuestra voz el Maranathá: Ven Señor Jesús. “El Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven!», quien lo oiga diga: «¡Ven!». Que venga el que tiene sed, y el que quiera, que beba gratuitamente del agua de la vida”. (Ap 22, 17). ¡Ven Señor Jesús! ¡Aleluya!
Mortificación: Que sea un día de alabanza, de agradecimiento al Señor por toda la revelación y el nuevo sentido que el Espíritu Santo te ha dado. Di de corazón: Maranathá: Ven! Reza: ¡Ven, Señor Jesús!
Oración y clamor: Espíritu Santo, quiero alabarte, bendecirte, adorarte, por esta experiencia de cincuenta días de oración. Cuántas maravillas ha realizado el Señor en mi vida. Sé que recogeré muchos frutos de este maravilloso devocional. Te pido la gracia de vivir a partir de ahora en intimidad profunda Contigo. Renueva mi amor a Tu Palabra, mi amor por la Eucaristía, por la Iglesia, por la oración, por la Virgen María. Abre mi visión, Espíritu Santo de Dios, y no permitas que me desvíe ante las ilusiones de este mundo y de la tentación, pues quiero ser fiel hasta el fin. Sé que la fidelidad es Tu gracia actuando en mi vida y en mi día a día, es fruto de un caminar espiritual decidido, y de intimidad, de relación personal con la Santísima Trinidad: con el Padre, con Jesús y Contigo.
Llévame más allá, revélame Tus secretos, condúceme por el buen camino, inspírame todos los días. Necesito vivir cada día más con la expectativa de la segunda venida de Jesús, quiero que esta “tensión escatológica” crezca dentro de mí y oriente mis decisiones, dé el sentido a mi vida a partir de ahora. Si Jesús no viene en mi generación, yo iré, y por esto Divino Espíritu Santo, necesito estar preparado todos los días. Asumo que mi futuro es la vida eterna, es el cielo, quiero caminar como alguien que pertenece al cielo. Necesito permitir que Tú Espíritu Santo dé sentido a todas las cosas en mi vida, principalmente a los sufrimientos, a las persecuciones, a las dificultades que viva a partir de ahora, quiero vivirlas en la contemplación de la promesa de Jesús, de “nuevos cielos y nueva tierra”, sé que todo sufrimiento pasa, lo único que no pasará es la muerte eterna que espera a los infieles, por eso, quiero caminar en la fidelidad y en la santidad de vida.
Por la Palabra sé que el Señor enjugará mis lágrimas, que la muerte ya no existirá, no habrá más luto, ni grito, ni dolor. Aleluya. Asumo para mí esta promesa y caminaré sobre ella el resto de mi vida. Ven Espíritu Santo, permíteme vivir así, para Dios, en la promesa, en la santidad de vida, en la comunión Trinitaria, en la verdad, en el amor. Que sea provocado, Santo Espíritu, a ir a los que aún no han experimentado el amor de Jesucristo, a los que no han escuchado la Buena Noticia y no han experimentado la alegría del Evangelio. Llévame a donde los hombres necesiten de Tu Palabra, y haz de mí señal de Tu presencia, quiero ser usado como Tu profeta. Me decido todos los días a clamar junto con el Espíritu y la Esposa (la Iglesia): ¡Maranathá, Ven!
(Deja ahora libremente que el Espíritu Santo te lleve a una experiencia de un gran clamor y de toda la revelación que Él tiene para tu vida).